Zenaida María Arias Quinatoa viene de una familia de agricultores. Nació en Chillanes, provincia de Bolívar. A los trece años dejó su cantón para instalarse en Los Ríos y trabajar en el campo. Un tiempo después, su padre la animó a emigrar al Oriente; en ese momento tenía una familia, su esposo Luis Julio Criollo y sus tres hijos.
Sus padres no tenían tierras, sembraban “al partido” en Chillanes y luego a la provincia de Los Ríos. Eran agricultores, se dedicaban al café, al cacao y al ganado. Desde muy niña, Zenaida trabajaba en la agricultura con sellos y sus hermanos.
La falta de recursos hizo que Zenaida deseara únicamente trabajar y hacerlo junto a su esposo, quien era agricultor y buscaba dedicarse a las actividades del campo.
¿Por qué emigrar?, preguntamos.
“Para tener tierras, para progresar”. Zenaida y su familia trabajaban como jornaleros, pero con la ayuda de su padre lograron comprar sus primeras hectáreas. Una época trabajó en una empresa petrolera y ahorrar para comprar tierras con su esposo hasta llegar a las 40 hectáreas que tienen en la actualidad.
Recorrer su finca es sentir la riqueza de la Amazonía. Esta familia tiene 10 hectáreas de palma híbrida y 30 hectáreas en otras actividades – piscinas de tilapia, cría de gallinas, además de siembra de cacao, maíz y sandía en la comunidad Luz de América, de la parroquia San Pedro de los Cofanes, en el cantón Shushufindi.
Zenaida se inició en la producción de la palma hace nueve años. Para ella, la siembra de palma le brinda estabilidad económica a su familia, porque “la fruta de la palma siempre se vende”. Recuerda que le recomendaron sembrar palma porque es “dinero seguro” y no genera mucho riesgo, a diferencia del maíz y la sandía, cultivos con los que tiene que aventurarse esperando que en época de cosecha el precio esté bueno.
El cultivo de palma ha mejorado su situación económica, su vida y la de sus hijos, quienes han tenido acceso a la educación gracias a los recursos obtenidos de su siembra, afirma Zenaida. “Con eso comemos y con eso come la gente de los pueblos, ya que ese dinero lo usamos en las tiendas del mismo pueblo. La palma nos ayuda a todos”.
Su cultivo ha tenido problemas de Pudrición del Cogollo (PC) y marchitez sorpresiva, “pero el material hibrido no muere con facilidad”, menciona. Los tiempos difíciles los enfrentaron al inicio, porque se requiere una inversión y una espera de tres años para la cosecha y la venta. Además, ciertos momentos de bajos precios, a los cuales se repusieron gracias a la venta de otros productos y otras actividades.
En épocas buenas cosechan hasta 22 toneladas, en épocas malas de nueve a 10 toneladas. La familia vende su palma a quienes mejor pagan o a quienes ofrecen seguridad en el pago; a veces también a intermediarios, porque realizan pagos inmediatos.
Para ellos, su experiencia con el cultivo de la palma ha sido buena por varios factores: fe, seguridad de lo que tienen y seguridad de lo que hacen. Además, siempre han seguido siempre el consejo del padre de Zenaida de “no estirar los pies más allá de las cobijas”, ellos prefieren mantener bien sus 10 hectáreas, antes de seguir sembrando palma y no manejarla adecuadamente.
Zenaida enfatiza en que sus tierras las compraron sin bosque y que el bosque que aún tienen lo conservan.
Al momento cuentan con un área familiar dentro de la finca, que tiene un bosque de seis hectáreas, el cual lo han transformado en un balneario para proteger los árboles. Su sueño ahora es construir una casa bajita, de cemento, más espaciosa, y seguir apoyando a sus hijos y sus familias con los ahorros que le genera la palma.
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